jueves, junio 28, 2007

Los ruteros machacas del MB (o las consecuencias de ser "hermanitos scout, socito")


Siempre la ruta del MB fue jugada. A veces demasiado, para mi gusto. Una vez incluso recuerdo que fue disuelta por una decisión del Consejo. Muy severos los dirigentes, pero en fin, así se dio la cosa y fue por razones fundadas.

A estas alturas es todo una muy antigua anécdota, pero en su momento el tema nos hacía agarrarnos la cabeza. En ese entonces se fueron ruteros emblemáticos que sin embargo siguieron entregando la mística en otros grupos.

Me acuerdo de lo aperrados que eran los ruteros que fueron al Jamboree de 1992 en Los Lagos. Yo no era rutero pero fui casi de igual a igual, además que en términos de edad andábamos todos por ahí. Ellos habían llegado antes y se habían encargado de levantar todos los portales del campo que nos tocó y al que también llegó la tropa del grupo.

También tuvieron que levantar las famosas carpas Jamboree y más tarde, cuando el Jamboree ya estaba en marcha, éramos los encargados de repartir todo el día los insumos para gran cantidad de patrullas provenientes de todo Chile de guías y scouts, y también del extranjero.

Al principio teníamos una carpa que nos turnábamos para dormir, pero los camiones con los víveres finalmente no tenían horario y debíamos desvelarnos para descargar cajas y más cajas de día y noche, las que acumulábamos en las llamadas carpas Jamboree.

Finalmente, inventamos el sistema de dormir en "nichos", que no eran otra cosa que paredes que hacíamos con los mismas cajas para que entrara en una especie de pasillo solamente el saco de dormir.

Otros tipos que también estaban se servicio y que seguramente, también como nosotros pagaron por ir a ese evento, nos despertaban cada mañana cual gerentes para que empezáramos a repartir las cosas que ellos solamente anotaban.

Salíamos entonces de nuestros nichos todavía medios adormilados para repartir las cosas que nos habían llegado de madrugada. Para eso usé un gorro que hasta hoy conservo y que en adelante seguí ocupando campamento tras campamento, y que me permitía olvidarme de si estaba o no chascón al momento de levantarme.

Levantamos incluso un mástil lo bastante alto en el que elevábamos una bandera cada vez que nos llegaba el pan... y eso ocurría tres veces al día.

El encargado del subcampo, que sólo recuerdo como "Tata", estaba feliz con nosotros, porque siendo tan pocos hacíamos igual la pega, a diferencia de otros subcampos donde eran casi el doble y tenían turnos decentes que les alcanzaba hasta para pasarlo más o menos bien... mal que mal todos éramos jóvenes y con suerte yo era el más "viejo" con 20 años.

Y funcionaba tan bien la cosa que, ¿para qué iban a pedir más gente?.

Si hasta cuando de madrugada y bajo la lluvia seguían llegando extensos trenes a una especie de estación ferroviaria improvisada, y que traían en sus nauseabundos carros a patrullas conformadas por verdaderos zombies con viajes de hasta 29 horas en el cuerpo, partíamos a cargar cajones de patrulla y a instalar a la gente.

Y el tal Tata nos tiraba y tiraba flores, por lo aperrados, por el empuje, por las ganas, por el compromiso, por todo eso... pero una vez se nos ocurrió pedirle permiso, sí, pedirle permiso para ir a una peña que había en otro campo como a un kilómetro de ahí. Lo pensó demasiado para decir que sí, "¡bien!", dijimos, pero la condición es que sólo hasta las doce de la noche... y eran las 11:00.

Y no lo sacamos de ahí, por más que insistimos, y fuimos, llegamos pasadas las 23:30 y transcurrida media hora volvimos, pero algo atrasados, algo así como media hora... y a nuestro jefe lo encontramos amurrado y decepcionado de nuestro incumplimiento.

No sé los demás, pero ahí comencé a mascar un poco de rabia y a poner en duda el famoso compromiso.

Y seguían pasando los días, y nos habíamos ya acostumbrado a comer a la pasada las vienesas crudas que no sé por qué sobraban, y a hacer trampa en una que otra cosa, total... y la relación con los tipos del camión cada vez era peor, y hasta unos empujones hubo por ahí, porque ellos y nosotros, todos, estábamos hechos pebre.

El famoso Tata, al menos nos enseñó a hacer el nudo para fabricar turcos, y bueno, intercambiándolos logramos conseguir más de algún souvenir. La única mujer de nuestro grupo empezó al mismo tiempo a pinchar con el hijo del Tata, a quien transformó alguna época en su suegro.

Hasta entre nosotros comenzaron a surgir problemas y claro, a esas alturas que fuéramos todos "hermanitos scouts socito" daba, como explico que casi lo mismo.

Y se venía acercando el final del Jamboree y, cosa curiosa, la generosidad de la organización tenía para nosotros preparada la grata sorpresa que debíamos quedarnos como cuatro días más... qué maravilla si hubiesen sido vacaciones, pero el problema grave era que alguien iba a tener que desarmar todas las carpas Jamboree y dejar el terreno como corresponde, como buenos scouts, casi "sin notar la intervención del hombre", aunque esas letrinas gigantes y masivas parecidas a arcas de Noé sobre una excavación profunda difícilmente deben haberlas hecho desaparecer... quien sabe si a estas alturas sacan gas de ahí par abastecer la zona.

Yo y otros, la verdad, no estábamos ni ahí con regalarles un día más de pega a esos explotadores, al carajo todo, y sometimos el asunto a votación. Y como no hubo mayoría, cortamos por lo sano y algunos se quedaron hasta cuando debían quedarse según los registros, y otro lote, del que yo formaba parte, hicimos los arreglos para embarcarnos en alguno de los trenes que salían al día siguiente de culminado el evento.

Nuestra enamorada compañera, muy pilla ella, obviamente quería irse junto a la tropa que iba a cargo del hijo del "Tata" y bueno, no pusimos reparo en eso porque la cosa era irse o irse.

Igual hicimos las paces con el Tata y la última noche nos volvió a tirar flores, cantamos un par de cosas y el regalamos un turco gigante hecho de cuerda de la buena, y por lo tanto de dudoso origen.

Una de nuestras últimas tareas como buenos "hermanitos scouts que éramos socito", era armar las bolsas de colación para que los niños y adolescentes resistieran sin problemas un extenso viaje en tren de unas 20 horas. Entonces, le echábamos a cada bolsa una manzana, un jugo en caja y uno o dos doblones.. sí, Doblón, esas cosas que son una galleta doble bañada en chocolate, enana por lo demás, parecido a una negrita y mucho más ínfima que un Super 8.

Y "hermanito, una vez scout siempre scout, socito", hicimos varias bolsas y lo que sobró nos ayudó a llenar para nuestro usufructo personal una mochila llena de jugos y doblones hasta para tirar a la "chunia".

La anécdota es que en eso estábamos cuando en la puerta del subcampo se apareció un tal Daniel Oyarzún que era ni más ni menos que el comisionado nacional y jefe máximo del Jamboree... el tipo preguntó una cosa doméstica y no se dio ni cuenta que estábamos infringiendo de manera grave nuestros principios, "así como a nosotros" se nos habían infringido nuestros derechos -dijo el picado-.

Y bueno, "llegó el momento", como dice el Rafa Araneda y nos despedimos los que nos íbamos de los que se quedaban y nos fuimos al famoso tren de regreso a Santiago. Tuve eso sí la deferencia de ir a avisarle a una entonces dirigente de nuestro grupo y muy vinculada a la dirigencia nacional scout de nuestra "noble" decisión de viajar.

"Loreto, nos vamos", le dije, y ella abrió los ojos de manera increíble, tanto o más que la única vez que saqué algo del supermercado -un insecticida anti araña- al más puro estilo robo hormiga y ella me manifestó su decepción por el ratero que yo era... debe ser por eso que soy tan honesto.

"¡Ustedes no se van!", me dijo con su pañolín de dirigente nacional y su cruz de madera visible -top ella en el ambicioso mundo de los scouts que creen en el poder del trapito y las insignias- y yo le dije no sé que cosa, pero en resumen el concepto era "chao no más", y nos subimos y el convoy empezó su lenta y atolondrada marcha.

Ahí estábamos, felices de irnos, de desaparecer... pero en la medida que el tren se quedaba pegado, nos empezaba a invadir el cargo de conciencia... ¿y si nos sancionan?, ¿y si alguien nos "denuncia"?, ¿nos pasarán a la corte de honor? -cosa muy pero muy grave cuando uno está muy metido en el cuento- y empezamos a sudar helado y tomamos una nueva decisión: Volvemos.

Claro, porque con suerte habíamos andado dos kilómetros y el tren no se movía otra vez. A lo más tendríamos que atravesar un puente y no era tan peligroso considerando que por esa vía pasaban trenes tarde, mal y nunca.

Estábamos tomando cada uno su mochila cuando el tren dio un tironcito y empezó a moverse a la vuelta de la rueda.. "¡rápido!", nos decíamos unos a otros y nos fuimos a una de las puertas en los extremos de esos carros viejos.

No contábamos sin embargo con que nuestra compañera iba a acceder a regañadientes al cambio de planes y que iba a tomar sus cosas con una lentitud de tortuga, porque obviametne tenía intereses creados y el tren empezaba a agarrar velocidad, "es ahora o nunca", coincidimos y la esperamos lo suficiente como para finalmente decidir que la máquina había tomado demasiada velocidad como para arriesgarse al salto...

Fue un viaje bastante más rápido que el de ida y en el que bajaba mucha gente en distintas ciudades del sur. Sólo recuerdo que durante el itinerario un inspector entró blanco a un vagón como a las dos de la mañana pidiendo que nadie sacara linternas por las ventanas porque el moderno sistema de comunicaciones de los controladores de las vías se confundió y por poco, muy poco dada su palidez, nos embiste otro tren a toda velocidad por detrás.

Yo por mi lado tuve un mini romance de tren hasta Molina con una rutera o dirigente de nombre que mi memoria nunca retuvo y que formaba parte también del grupo del "Tata", y con quien sólo habíamos hecho buenas migas en el Jamboree... ella era al menos muy simpática y le puso la anécdota romántica a mi estadía por la Décima Región, aunque con suerte el idilio platónico aquel duró sólo mientras atravesábamos la Octava Región.

Con decenas de doblones y jugos en el cuerpo llegamos al día siguiente a Santiago, y para qué cuento cómo nos recibió en la estación Ernesto, el papá de nuestra compañera, a quien los más antiguos recordarán como dirigente de tropa y como el papá de un tropero de esos emblemáticos que ha tenido el grupo.

Y era entendible, además que contravenimos las reglas y yo era el "dirigente a cargo", pero a esas alturas re poco me importó el asunto.

El tema fue objeto de debate en los consejos posteriores de dirigentes, esos donde nos reíamos tomando té y comiendo sandwiches, pero donde al momento de votar y argumentar nos sacábamos los ojos, aunque nunca la madre, conste.

Y bueno, a ese mismo consejo que ya tenía claro que el rol de la ruta no era ir a cumplir trabajos forzados a ningún lado, le tocó la difícil decisión de disolver la ruta Antumalén (creo que así se llamaba, pido que me corrijan porfa) por la decisión de sus miembros de volver por su cuenta y sin autorización del grupo a los también célebres campamentos escolares de la Junaeb, donde, entre otras cosas, por su tesón, esfuerzo, etc., etc., los bautizaron como los "saca caca".

Espero que alguno de ellos aparezca para contar esa historia.

Dedico este post al Julián González, al "Patolyn", al Emir, al Jaime, a la Joanna Vallet-Cendre, y a alguien más que creo que se me está quedando en el tintero.