sábado, abril 29, 2006

El desastre de El Clarillo

Paso a recordar ahora, la que es definitivamente la situación más complicada y estresante que me tocó vivir como Jefe de tropa y de Grupo: El mini campamento del Río Clarillo.
Fin se semana largo al inicio del invierno. Nada de lluvias hasta esa fecha. Ideal para acampar en un lugar hermoso y cerca de Santiago. Sobre todo sabiendo que los informes meteorológicos solo indicaban chubascos débiles y que el domingo tenía una promesa de sol radiante.
Esa mañana antes de partir el bus, efectivamente unas cuantas gotas nos acompañaron. Una reunión rápida con los dirigentes que íbamos a campamento y listo.
- "¡¡¡Vamos no mas!!!...no exageremos. No hay anunciada lluvia y esto no pasa a mayores"
"No pasa a mayores", la frasecita que me dio vuelta todo el mes después de la catástrofe.
Llegamos a las puertas del Clarillo con una lluvia leve. Esos eran los chubascos prometidos y eso no era problema para unos buenos acampadores, con carpas falabella y con ganas de tener un súper mini campamento.
Bajamos todas las cosas del bus y empezamos la caminata hasta el último sector de camping, casi al llegar al final del parque por un camino de maicillo, con una pequeña pendiente.
La tropa avanzó, dejando un poco más atrás a las unidades menores, ubicándonos estratégicamente en tres sectores separados unos 100 metros entre cada patrulla. A esas alturas, la lluvia ya era un hecho. La instrucción inmediata fue que rápidamente se armaran las carpas y que cada patrulla se quedara dentro de ellas hasta que mejorará la situación.
Recuerdo que luego de quedar mojado como sopa tras asegurarme que cada patrulla hubiese armado su carpa y tomado su once, regrese a mi carpa, por fin a descansar un poco y a cambiarme de ropa por algo seco. En esos menesteres me di cuenta que esto se salía de todo control: mientras me ponía como podía, unos pantalones secos en una carpa baja, un chorrito de agua entro por el piso y dos goteras sonaron como tambores de guerra sobre mi mochila. Me asomé fuera de la carpa y tomé conciencia de la verdadera pesadilla en la que estábamos por entrar: La lluvia pasó en minutos a temporal y el rió se mostró furioso, con un caudal que se asemeja mucho a los de las típicas películas gringas de desastre.
A esa hora ya estaba anocheciendo y la única alternativa era bajar en busca de refugio hasta la casa del guarda parques. Nos decidimos a hacerlo y empezamos a bajar solo con lo necesario para tener abrigo al llegar abajo. La marcha fue penosa. En el camino, niños mojándose bajo el temporal, caminando como podían en ese barro amarillo producto de la mezcla de maicillo y lluvia.
Llegamos como pudimos a lo del guarda parques quien ya había recibido a los lobatos (22) en su casa. La tropa se acomodó en una especie de corral que estaba en preparación y supuse que lo peor ya había pasado.
¿Que es peor que todo esto? ¿Que es lo peor que le puede pasar a un dirigente en campamento? Lo peor es que al contar los niños que están a tu cargo falte uno. Y en esas condiciones las alternativas eran definitivamente terribles y todas tremendamente factibles.
-"Se calló al rió...", "Se perdió al equivocar el camino", "se devolvió al campamento". Marcelo de la Huerta...nooo!!!"
Con su tío Nelson Castellón, quien era en ese tiempo mi asistente, conseguimos que el guarda parques recorriera el camino de vuelta con nosotros en un tractor habilitado con un foco halógeno. Si Marcelo estaba en el camino, seguro nos veía aunque siendo optimistas, debía estar en el campamento todavía.
Subimos como dije por ese mismo camino, a gritos llamando a Marcelo, pero nada. Al llegar al campamento, lo peor se hizo más cercano. Tampoco estaba en ninguna de las carpas que habíamos abandonado hace ya más de dos horas. Destaco que el camino que recorrimos era el único camino de acceso al lugar del campamento. Decidimos volver, pensando en que por alguna razón nos habíamos cruzado con Marcelo sin verlo.
Al regresar a la casa del guarda parques nada había cambiado. Marcelo no había aparecido.
Nelson volvió a subir con el guarda parques de nuevo y una hora después apareció con Marcelo. Efectivamente se había perdido en la oscuridad y había decidido volver a la carpa. Desde ahí, volvió a salir seguramente en el momento en que llegamos por primera vez en tractor. Una jugarreta del destino que hizo que no lo encontráramos antes.
Pasamos la noche entonces en ese corral y decidimos volver a Santiago al otro DIA, pues los niños no tenían ropa seca y era impensable terminar el campamento el lunes como era lo presupuestado.
Al subir al bus que nos traería de vuelta, en la puerta de acceso al parque, ocho buses llevaban de vuelta a los participantes de un curso de guías de Providencia o Nuñoa si mal no recuerdo.
El último capítulo se escribió la semana siguiente, cuando la mitad del grupo dejó de asistir luego del desastre de El Clarillo.


Juan Carlos Campos
Jefe de tropa de ese entonces

domingo, abril 23, 2006

Mucho que contar

Con más de casi 20 años a cargo de la Tropa San Jorge, tengo mucho que contar. Tanto como lo tengo para recordar cada vez que pienso en campamentos y actividades con un sinnúmero de muchachos que ya son hombres y tienen su vida hecha o rehecha. Tantas veces me río o emociono mirando las fotos de Chiloé, Pucón o Los Angeles, que ahora voy a compartir una de estas anécdotas.

Esto sucedió en el campamento de las Termas del Flaco, no recuerdo el año, pero quienes se recuerden del evento podrán confirmar que esto en realidad pasó. Partimos una tarde en un par de mini buses de turismo que nos fueron a buscar al colegio. En ese entonces, todavía las hermanas franciscanas formaban parte del grupo (la hermana Verónica era la JG) y el hermano Claudio Salgado (hoy dia sacerdote), eran fijos para estas actividades.

Bueno, como ya se supondrá, íbamos como sardinas en esos "panes de molde"; lo largo del viaje y lo zigzagueante del camino con sus subidas y bajadas hicieron que un gordito, que resulto ser una revelación en ese campamento, empezara a vomitar todo lo que tenia en el estómago... y lo que no tenia también.

Tantas fueron sus arcadas, las que finalmente eran sólo eso, porque ya no habia más que botar, que hicieron que el deseo de vomitar se hiciera colectivo. A lo menos 6 scouts y guias comenzaron a vomitar también, tanto que las bolsas plásticas se acabaron.

Cuando quedó sólo una, la única alternativa fue que todos vomitaran en una sola bolsa. "El scout comparte con todos..." se hizo efectivo ese día.

Pero faltaba lo peor: cuando aquella última bolsa ya no sostenía mas esa mezcla, fui el encargado de lanzarla por la ventana (que scouts ecológicos ni que nada).

La bolsa paso de mano en mano, hasta hacérmela llegar. Yo sin pensarlo dos veces, asqueado por la situación y siendo el más cercano a la ventana, la tiré como pude para afuera.

Pero de lo que pasó entonces, nadie ha sido capaz ni con los años de hacerse responsable. Alguien cerró la ventana, la bolsa rebotó, se abrió y manchó de arriba a abajo... escurriendo por la puerta.

Todo gracias a aquella persona que dijo: "seguramente el aire de afuera está haciendo a los niños ahogarse...cerremos esta ventana".

Juan Carlos Campos
Jefe de tropa de ese entonces